Viernes Santo
Viernes Santo
Salida de la Virgen de la Soledad de la
Iglesia de San Martin
Fue y es la página más trágica y más hermosa. La más dolorosa y más injusta, aunque solo por ella nos vino y nos viene la Justicia de Dios: Stabat Mater dolorosa, juxta crucem lacrimosa, dum pendebat filius // Estaba la Madre dolorosa, junto a la Cruz llorosa, en que pendía su Hijo.
Secuencia o himno atribuido al papa Inocencio III y al franciscano Jacopone da Todi (siglo XIII). Comienza con las palabras Stabat Mater dolorosa ("De pie la Madre sufriendo"). Plegaria meditativa sobre el sufrimiento de María, la madre de Jesús, durante la crucifixión de su hijo.
Ahí está, junto a la cruz, María, la Madre del Ajusticiado, la Dolorosa, la Virgen de la Soledad. Contemplemos en su Soledad a su Hijo muerto y yacente. Pero detengámonos y contemplemos, también, a María, madre, en su Soledad. Contemplemos su rostro, su corazón, sus manos, su mirada clavada en el cuerpo inerte de su Hijo, de un hijo que somos también tú y yo… mirémosla con ojos del alma y luego volvamos a caminar.
Cuando la miréis, amadla para imitarla. Nunca el silencio fue tan elocuente ni significó tanto como en aquella noche. Es silencio de amor… entrega hasta el extremo… fortaleza en la debilidad… fidelidad… plenitud. Es fecundidad: nunca fue María tan madre como entonces. Es elegancia… serenidad dolorida… paz… amor… soledad dolorosa y plena.
Y… qué sola está. Su Soledad es entrega total. Es corredención… Y en esta soledad, María, adquiere una altura espiritual definitiva. Nunca fue su sí tan doloroso ni tan fecundo. Mirad, sí, a María. Que vuestra mirada sea una plegaria, una plegaria como esta:
Plaza de la Catedral
Estrecho de Santa Emerenciana
Señora Nuestra de la Soledad: míranos y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Y muéstranos también a nuestros hermanos heridos por la droga, por el paro, por la pobreza, por la ancianidad, por la enfermedad, por los fenómenos migratorios. Ayúdanos a ser más humildes, más sencillos, más misericordiosos. A pensar un poco menos y solo en nosotros mismos y a abrirnos a los demás, a su llanto y a su espera, a su gozo y a su sombra.
Señora Nuestra de la Soledad, ayúdanos a ser fieles a nuestra historia de fe. Somos lo que somos gracias a la herencia cristiana que ha irrigado las venas de nuestro corazón. Aparta de nosotros las plagas de la apostasía silenciosa, del cristianismo a la carta, de la fe sin compromisos, de un vago catolicismo de boquilla, solo para cuando nos interesa. Ahuyenta de nosotros la sombra de la secularización y de la comodidad aburguesada. Reaviva nuestras raíces cristianas para que nunca tengamos miedo a proclamarnos como cristianos con todas sus consecuencias.
Señora Nuestra de la Soledad: Haznos personas de palabra y, sobre todo, de escucha. Ayúdanos a buscar la paz, la concordia, el entendimiento, la reconciliación. Que no perdamos la conciencia de que el pecado existe y de que todos somos pecadores. Haznos testigos del Evangelio a través de las obras. Llénanos de caridad. Haznos solícitos con los demás. Que enjuguemos no solo tu llanto, sino también el llanto de la humanidad herida. El llanto de las víctimas de todos los terrorismos y fanatismos; el llanto de los más damnificados por la crisis económica; el llanto de tantas mujeres solas como Tú; el llanto de madres que, como Tú, lloran al hijo perdido, al hijo alejado. El llanto de las mujeres maltratadas o explotadas. Que enjuguemos el llanto, María, de nuestro entorno rural, de nuestra querida ciudad, de nuestro mundo, tantas veces a la deriva.
José Antº Llombart
franciscano